Lo he visto, Señor,
y Tú también lo has visto.
Hemos visto trabajar al alfarero.
Señor, Tú eres nuestro Padre. Nosotros, la arcilla, y tú, nuestro alfarero; la hechura de tus manos, todos nosotros. Como el barro en la mano del alfarero, así somos nosotros en tus manos.
Como barro me hiciste. Amasaste el barro, Señor. Me moldearon tus manos. Me moldeaste como arcilla, igual que hace el alfarero. Tus manos como barro me han moldeado.
¿Por qué me has hecho así? ¿Para qué me has hecho así?
¿Cuáles son, Señor, tus planes y proyectos
al moldear esta vasija de barro?
¿Para qué quieres que sirva?
¿Dónde está mi sitio?
¿Dónde? ¿En qué lugar del mundo,
en qué lugar de esta casa grande
que es el universo?
¡Cómo me has moldeado, Señor! Tus manos han formado y despertado mi propia capacidad de dar y de servir. Tus dedos haciéndome el hueco para recibir y para acoger. Señor, me has dado cinco talentos o siete o diez o diecisiete. No quiero guardarlos para mí. Quiero multiplicarlos para Ti; para Ti, que estás en los hermanos.
¿Qué vas a hacer de mí?
¿Qué voy a ser?
¿Seré cuenco, cántaro, jarra o jarrón?
¿Harás de mí una vasija de barro,
honda y ancha, esbelta o bajita?
¡Qué más da!
Vaso de barro, para Ti, Señor;
para Ti, que estás en los hermanos.
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